sábado, 27 de agosto de 2011

La integridad

Mucho valor se le ha dado, en épocas no muy lejanas, al deseo de conservar la integridad.


     Recuerdo las conversaciones que tenían mis padres con mis abuelos maternos (porque al paterno no lo conocí, pues había fallecido once años antes de que yo naciera, y con mi abuela paterna nos unía otro tipo de relación).

     Cuando se conocía que alguna persona le había fallado a otra, se referían a “estafa”, “engaño”, “mala persona”, etc. Claro que en las épocas de las que les estoy hablando poco conocidos eran los “documentos” o “pagaré”, herramienta que hoy disponemos para hacer valer lo que otrora era suficiente con la “palabra”.
Antes, muchos años atrás, la palabra empeñada en un compromiso, sea este de trabajo o relacionado con el dinero, era “palabra santa”, se respetaba a rajatabla y podía ir la vida en ello.

     El hombre fue cambiando, no sé si para bien, pero los compromisos fueron relajándose y con ello surgieron los embaucadores, los estafadores, los “jodidos”. Los que a pesar de haber estampado su firma en un documento, pagaré, o contrato, se las arreglan de alguna forma para no cumplirlo, muchas veces argumentando artilugios, “engañifas”, creadas por ciertos abogados especializados en el tema.

     ¿Qué significa ser “íntegro”? Nada más ni nada menos que ser una “persona recta, intachable”.

     A ello se referían mis antepasados, a la rectitud, al hecho de conservar la actitud correcta con ellos mismos y con sus pares, sin mancha. Se trata de un valor que llevamos dentro y que permite juzgar nuestros actos.

     Sigue siendo, por fortuna, el fundamento de todos los aspectos de la vida social y de lo que debemos exigirnos siempre.

     Para saber cómo andamos de “integridad”, será útil repasar sus tres principios:

  • Mantenerse firme en nuestras convicciones.
  • Cuando uno sabe que tiene la razón, no hay que retractarse.
  • Reconocer siempre el mérito de los demás.

No temer a quienes pudieran tener mejores ideas que uno, ni a quienes sean más inteligentes. Unámonos a personas que sean o tengan alguna cualidad más que nosotros, aprenderemos de ellas y continuaremos avanzando siempre.

     Ser honesto y franco en lo referente a nosotros mismos.

     Seamos auténticos. Evitemos depender de factores externos como el aspecto físico o el nivel social.

     Desarrollemos nuestros principios morales y crezcamos como personas.

     No tratemos de cubrir aquellos aspectos de nuestra vida que nos parezcan desagradables. Enfrentemos los retos que ella nos presenta con realismo y madurez.

     Tener respeto por uno mismo y la conciencia limpia (la “frente alta” y mirar “a los ojos de la otra persona”, como decían mis abuelos) son los elementos fundamentales de la integridad.

     Si nos regimos por principios y no cedemos a las tentaciones de una moral relajada, será el mejor camino que podamos transitar.

     Ser íntegro, tener integridad, implica hacer lo que uno hace porque sabe que es lo correcto y no porque esté de moda o con el propósito de no herir susceptibilidades.

     Por último, algo muy importante. En la vida, somos íntegros o no lo somos en absoluto.

“La vida es como un campo de nieve recién caída; por dondequiera que uno camine, se notarán las huellas”. Cita de Denis Waitley, "Ante todo, la integridad", Selecciones del Reader’s Digest.



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