Décima conclusión
"Es bueno experimentar alguna ansiedad.
No hace mucho tiempo, al presentar a la joven actriz inglesa Claire Bloom en un programa de televisión, le preguntaron si la premura y la agitación de Nueva York no la hacían suspirar por el ritmo más plácido de Londres. La actriz repuso:
- “No, me gusta la agitación. Me hace bien, y creo que me es necesaria. Me parece que le es necesaria a todo mundo”.
La artista se hacía eco de una verdad que apenas ahora, muchos años después de que William James la enunció, empieza a ser universalmente aceptada; a saber, que cierta dosis de ansiedad resulta provechosa al ser humano; excita células cerebrales de otra suerte inactivas, estimula la atención, nos hace desempeñarnos más eficazmente, produce una descarga de ciertas hormonas y facilita todo aprendizaje al acrecentar la diseminación de los mensajes nerviosos en el cerebro.
Aunque a James no le repugnaba la idea de cierto grado de tensión, no deseaba que esa tensión viniese acompañada de una ansiedad capaz de aniquilar al individuo. Habría suscrito el consejo dado por un psiquiatra a un amigo mío, director de un diario de la tarde, afectado de nerviosismo (desasosiego durante el día e insomnios durante la noche) por tener que cerrar una edición tras otra a plazos improrrogables. El médico le preguntó:
'-¿Ha visto usted a un malabarista? Mantiene en el aire hasta media docena de objetos a la vez; así pues, y por así decirlo, tiene que entrenarse con la dificultad a plazos improrrogables, cada fracción de segundo, o sea mucho más a menudo que usted. El malabarista se las arregla gracias a que se mantiene perfectamente tranquilo, aunque alerta. Él mismo le diría que si estuviera tenso de ansiedad, echaría a perder su número. Todo lo que tiene usted que hacer es aprender a manipular sus ediciones con las misma serenidad”.
(1) Psicólogo y filósofo. Nació el 11 de enero de 1842 en Nueva York, murió en Chocoroua, New Hampshire, (EE.UU.) el 26 de agosto de 1910.
Bruce Bliven, “Cada uno modela su propio carácter”, en Selecciones del Reader’s Digest, tomo XLI, número 242, enero de 1961.
Continúa en "El carácter" (décima parte)
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